Escrito por: Daniel E. Castillo Torres.
En el Perú hubo un antropólogo empírico que ya se había hecho legendario. Esta afirmación para algunos les resultará extraña ya que también fue un literato dentro de la corriente indigenista del Perú. Pero me corresponde resaltar la primera afirmación, ya que ésta ha sido disminuida o quizá hasta desvalorizada en los últimos años. Más cuando hoy el escritor Mario Vargas Llosa, quien ha conseguido un premio importantísimo de literatura, junto a los diálogos que fomentan polémica entre la mayoría de la gente, hacen relevante el arte de la literatura. Los medios de comunicación han influido en gran proporción esta mentalidad, arrasando con la publicidad mostrándola en los periódicos, programas de televisión, radios y demás medios, anunciando la noticia: Que un escritor peruano ha ganado el premio Nobel. Plasmándose de ese modo, ideas de un hecho real, en la conciencia del público centradas en la literatura. Por lo que, del mismo modo se ha ido difundiendo sobre José María Arguedas una imagen más de literato que de antropólogo.
Ambas carreras hoy en día se disputan la pluma, el ejemplo de ello es la antropóloga Billie Jean Isbell (Profesora de nuestro profesor Felix Palacios en la Universidad de Cornell) quién hace poco ha ganado un premio de literatura en los Estados Unidos, con la novela y etnografía titulada “Finding Cholita” (Buscando Cholita). Y en el pasado, Claude Lévi-Strauss publicó en 1955, “Tristes trópicos”, que es un texto que tiene de todo un poco y donde narra su viaje al centro de la Amazonía contando sus experiencias personales, texto que participó en un concurso de novelas donde se le negó el premio por ser tipificado como etnografía. Así mismo, literatos también incurrieron en hacer etnografía para hacer literatura. En fin hay muchos otros casos más.
Cierto es que ninguna rama de las ciencias sociales se ha comprado los derechos de las técnicas y métodos de investigación o de publicación, lo cual, las pone hoy en día a disposición de quienquiera; tanto del antropólogo como del literato. De modo que, se estarían fusionando dos cosas que se fueron desarrollando en un inicio en las dos carreras. Entonces, para el caso de la antropología le correspondió, la etnografía que conlleva uno de sus significados básicos que es “la descripción de los pueblos”, y estas descripciones tenían que ser inclinadas a la objetividad y realidad posible; mientras que para la literatura, el concepto de “ficción” estaba muy relacionada con ella porque no implicaba el estudio científico, y se podía comentar o crear irrealidades. Ahora, debo dejar en claro que, ni uno es más que el otro, ninguno es más importante que el otro, sino que ambos pueden tirar, sólo desde un punto de vista abstracto y quizá pasado, hacia sentidos opuestos.
José María Arguedas aprendió las técnicas etnográficas una vez que se abrió el Instituto de Etnología y Arqueología de la Universidad de San Marcos en 1946, antes de esta fecha ya había publicado varios de sus textos como “Yawar Fiesta” en 1941 y ya tenía en mente “Los ríos profundos”. Pero ello no quiere decir que antes de 1946 Arguedas no fue un antropólogo y que solo era hasta entonces un literato, sino por lo contrario, propongo decir que sí fue un antropólogo, no científico, pero sí: empírico.
Ahora, ¿qué significa ser un antropólogo empírico? Significa desarrollar cualidades o características que han estado presentes en muchos antropólogos mucho antes de que los llamen: antropólogos: de manera sencilla, esas son las siguientes: Viajar, ser preguntón al llegar, ser reflexivo y analítico, y tener la capacidad de escribirlo todo. En Arguedas, la primera característica resalta desde su niñez tal como es contada en “Los ríos profundos”: Viajando con su padre por Cuzco, Yauyos, Huancapi, cangallo, Abancay, etc. Más adelante viajaría hasta Europa y otros países de Sudamérica. La otra cualidad, volviendo a la obra, donde aparecen también las abundantes preguntas que les hacía a su padre y los indígenas que encontraba en sus recorridos. El punto analítico y reflexivo, quizá la parte más difícil de desarrollar para un antropólogo, lo llevó a ponerse en defensa de los indígenas, al valorar la cultura antigua e imponer el quechua, armando un discurso de todas las partes que iba recogiendo en sus travesías y experiencias. Finalmente, su capacidad y esfuerzo para el estudio le permitió escribir extensas obras, tanto que hoy en su centenario se imprimirán 7 tomos de las obras antropológicas completas y 5 tomos de las literarias.
José María Arguedas fue un antropólogo, así como también fue un literato. Y no desde que se haya graduado en San Marcos, sino en todo el transcurso de su vida, desde que nació se fue formando para que hoy lo podamos reconocer como tal. Solo que, desde 1946 se le fue anexando a ese antropólogo empírico un antropólogo científico. Pero jugar o discutir si Arguedas fue un literato o un antropólogo sería tan igual, que discutir si fue un indígena o un blanco, y ello no fue la motivación de este trabajo. Así que luego, de haber mostrado y sustentado mi posición, debo agregar que como ser humano, y como cualquier otro antropólogo, por más de que su misión sea de inclinarse hacia lo objetivo no escapa a sus propias emociones y percepciones, que influyen en sus trabajos escritos que perdurarán en el tiempo y serán parte de la acumulación de conocimiento científico para el desarrollo de la sociedad y formación de futuras generaciones, que seguramente al estudiar su obra pulirán y mejorarán el pensamiento antropológico.
Lamentablemente se ha estudiado y se han publicado sus obras mucho más en Europa que en el Perú. Sólo algunos antropólogos como Rodrigo Montoya, Alejandro Ortiz Rescaniere y Luis Montoya, se dedican a difundir al José María Arguedas antropólogo. Incluso salieron en su defensa cuando Mario Vargas Llosa publicó “Utopía Arcaica”, obra que convertía la obra de Arguedas en ficciones. Por lo que se hace el llamado a la comunidad antropológica a prepararse para el centenario de uno de los más grandes antropólogos que ha tenido el Perú.
Daniel Castillo: Estudiante de antropología de la UNSA. Estudios en Ingeniería Informática en la USP, en Arte en la Escuela Carlos Baca Flor, y en Antropología en la PUCP. Con intereses en: Antropología visual, Poder, Medios de comunicación, Religión, Política, Educación, Identidad, y Arte. Ha hecho trabajo de campo con grupos religiosos: mormones en Santiago de Chile y el MVC en Arequipa, y en movimientos de protestas. Ha trabajado con Alejandro Guerrero y está incluido en su equipo para su próximo documental en el parque nacional Yanechaga-chemillén.
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