domingo, 14 de marzo de 2010

Qué nos hace pensar que todo lo que hacemos lo decidimos nosotros.

Hace frío cuando camino al lado de los números, aunque a veces es necesario hacerlo. El miedo es tan humano como la sonrisa de un rostro. Las palabras brotan de la fuente de vida que sin decidir cuán buena o cuán mala haya sido ésta, veo un hombre que construye a pesar del viento.

Quién es ese hombre, que a pesar del frío y del viento se nota en el semblante aquella sonrisa fiera, será el que busca ir en contra de la corriente, o quizá alguien más atrevido aún: el que va contra las leyes de la naturaleza humana. Qué se ha creído éste, si no es más que un pobre hombre, allá solo en plena calle y con sus herramientas en alto, mostrándolas tratando de atemorizar a aquellos dioses que quieren interrumpir el destino triunfante que ya le ha sido señalado. Es una lucha de fuerzas, que ha modo de las antiguas batallas griegas, es el hombre el que se enfrenta a sus creadores, al igual que Perséo, y es que si ustedes conocen la historia, el enfrentamiento no sólo era de un hombre frente a los dioses, sino de Dioses frente a Dioses, en el gran tablero del juego de la vida, en el que el hombre era la pieza que se deslizaba en el tiempo y en la toma de decisiones. Ese hombre que no estaba a la altura de los Dioses, una creación inacabada, que al igual que Frankenstein, quiere revelarse como nuevo ser.

A pesar de eso el hombre sigue construyendo su escalera al cielo, aunque el viento en ocasiones lo haya desviado o el frío haya congelado sus pies, o quizá peor aún, que sus propios hermanos lo hayan condenado. ¿Qué poder tiene este hombre? ¿Cuál de todos los dioses le ayuda? No hay bien ni mal con tantos Dioses, solo deseos y sentimientos que se enmascaran muchas veces en razones incomprensibles para cualquiera que este viendo a alguna persona moviéndose.
La paz viene cuando nuestros pensamientos y sentimientos están de acuerdo con nuestras acciones, cuando las alas de nuestra imaginación separan lo físico de lo invisible, y es cuando nuestro cuerpo no vive si es que no persigue aquello que se le va.

Es el medio ambiente el que absorbe toda la humanidad de aquel hombre, y que no es más que su enemigo, al cual tiene que conquistar de cualquier forma, porque sabe que no puede vivir sin él. Puede ceder o no, esperar que calme el viento de vez en cuando, y en su sabiduría está claro que no siempre será invierno y que no siempre podrá migrar como las aves, y que puede quedar convertido en un faro inmóvil frente a la tempestad del mar (Shakespeare), olas que vienen y van, en la gran ruleta. Hay condiciones diferentes para cada persona que se considera humano, aún para los que miran sin miedo, y que éstas pueden determinar en algunas ocasiones la conducta de cualquier individuo. Y la reacción de éste determinará el habitus (P. Bourdieu) con el cual verá a sus iguales, y serán llamados los hijos de Dios. Serán una tribu, luego aumentarán de miembros y se reorganizarán a medida que pase el tiempo, crecerán hasta no poder, y a los hijos de los hijos, en donde la memoria pierde el rastro y el mito soporta la carga de la pérdida, se encontrará el lazo de aquel hombre que les prometió el cielo, aquel que luchó contra el viento y el frío y les enseñó la forma en cómo debía ser su pueblo, la fuente del linaje. La fortaleza que se mostró es el don que se construye al querer ser como el Dios de la fortaleza, revelándose a su condición humana y frágil, decide imponer su cultura y conquistar la naturaleza (C. Leví-Strauss). Aquél que está en las estrellas y quien nos mira desde el cielo, nuestro primer Padre, es nuestro Dios, nuestro mito, la respuesta a lo que el hombre es.

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